Ir al contenido principal

Emma no quiere casarse: Austen y el matrimonio de las mujeres


(Emma y Frank Churchill pasean por Highbury) 

Guapa, joven, rica y sin ansias de pillar un marido. ¿Cómo es esto? A simple vista resulta raro. A vista de pájaro podemos pensar que aquí falla algo. 


Será una chica de mal carácter, de esas insoportables, a la que le gusta leer libros sesudos y recluirse en su habitación para pensar en cómo marcha el mundo. Una sabelotodo. O quizá es una artista frustrada, alguien que dedica su vida al arte, a plasmar paisajes en los lienzos o a esculpir, a partir del sencillo barro, los bustos de la gente de su entorno. No sé. Puede que nos encontremos un caso patológico, alguien sin habilidades sociales, a quien no le gusta reír, alguien con mal humor congénito, una de esas personas insoportables y hurañas. Quizá es que la vida social le molesta, no le apetece bailar, la gente le produce urticaria, es una ermitaña que solo está a gusto consigo misma...


Si lees “Emma”, de Jane Austen, verás que nada de esto es cierto. Que nada de cuanto hemos dicho encaja con su carácter. Disfruta enormemente con esa ceremonia de escoger un vestido, de adornar su pelo para el acontecimiento, de elegir los zapatos, de tomar sus guantes de encaje para salir y subir en el carruaje que la traslada al lugar en el que va a danzar tres o cuatro horas, sin parar, cualquiera de esas músicas que toca la pequeña orquesta y que permite a los bailarines mirarse y tocarse las manos, sin abrazarse, desde luego, que para eso tendrá que llegar el vals, aunque lo hará enseguida.


(El baile es uno de los divertimentos que a Emma más le gustan) 

La determinación de Emma con respecto al matrimonio no es algo sugerido ni que se desprenda de la trama, ni que haya que leer entre líneas, sino un pensamiento claramente expuesto por ella misma. Por ejemplo, en su conversación con Harriet Smith cuando están hablando de las posibilidades que tiene Harriet de que el señor Elton se enamore de ella:

“-!Cuánto me extraña, señorita Woodhouse, que no se haya casado usted o que no esté a punto de casarse! !Tan encantadora como es!


Emma se echó a reír y respondió:

-Mi encanto, Harriet, no es suficiente para convencerme de que me case; tengo que encontrar a otras personas que también sean encantadoras, como mínimo a una. Y no sólo no me voy a casar en estos momentos, sino que tengo muy pocas intenciones de hacerlo nunca. “

No queda aquí la cosa. A continuación, Emma explica con toda claridad el razonamiento por el cual no piensa en casarse: 


“-Yo carezco de todas las motivaciones que normalmente tienen las mujeres para casarse. !Si me hubiera enamorado, por supuesto, sería muy distinto! Pero nunca he estado enamorada; no está en mi modo de ser, o en mi naturaleza; y creo que nunca lo estaré. Y sin amor, estoy segura de que sería una necia si cambiara mi situación actual. No quiero dinero, no quiero trabajo ni quiero más importancia: creo que pocas mujeres casadas son ni la mitad de dueñas de las casas de sus maridos de lo que lo soy yo de Hartfield; y nunca jamás podría esperar que se me amara y respetara de la misma manera; ni que fuera siempre la primera y la mejor a los ojos de cualquier hombre, como lo soy a los de mi padre. “



(Harriet Smith tardará en darse cuenta de que quiere a su señor Martin)

Cuando Harriet le argumenta que, pese a todo, si no se casa será una “solterona”, la respuesta de Emma es igual de contundente y razonada:


“No pasa nada, Harriet, porque yo no seré una solterona pobre. Y lo único que hace al celibato condenable a los ojos del público en general, no es otra cosa que la pobreza. Una mujer soltera, con una renta muy apurada, a la fuerza tiene que ser una solterona ridícula y poco agradable, el hazmerreír de los jóvenes y las jóvenes; pero una soltera, con una fortuna considerable, siempre será respetada y puede ser tan elegante y agradable como cualquiera....”

Vaya, vaya, conque esas tenemos señorita Austen...Cuánto qué pensar con estas palabras. Cuántas cuestiones salen a la luz leyendo estas afirmaciones. Y no nos confundamos. Emma tiene veintiún años de los de entonces, lo que quiere decir que no es una niña, ni una jovencita, como podría considerarse ahora dado que la adolescencia casi se ha prolongado hasta los treinta. 


(Los señores Elton, ella, de soltera, Augusta Hawkins, de Bath)

No. A los veintiún años una mujer de su época es toda una mujer, hecha y derecha, con edad de haberse casado y tenido hijos. Las jóvenes entraban en sociedad, normalmente, a los dieciséis y los compromisos matrimoniales eran casi inmediatos. Recordemos que, en “Orgullo y Prejuicio”, el hecho de que Lydia Bennett haya “salido al mundo” con quince años despierta el asombro y el disgusto de Lady Catherine De Bourgh, que considera este un hecho inadmisible por su precocidad, sobre todo porque sus hermanas mayores aún no se habían casado. Y la mayor tenía veintidós años.

Emma es consciente de algunas cosas que Austen nos transmite a través de sus palabras. Las mujeres casadas dejaban de ser las primeras a los ojos de sus maridos en cuanto tenían hijos y perdían las bellas formas anteriores. Era frecuente y consentido que el hombre se solazara con otras mujeres ante la pérdida de belleza de la suya, dentro de un contrato matrimonial en el que se canjeaba habitualmente belleza por seguridad económica. Esa seguridad era la que mantenía a las mujeres con la boca cerrada. Lo dice el señor Bennett cuando le indica a su mujer que el señor Bingley podría prendarse de ella en lugar de hacerlo de sus hijas si la viera. Su mujer le contesta que eso no es posible, que es madre de cinco chicas casaderas. La respuesta del flemático señor Bennett incide en que, entonces, a las mujeres les quedaba ya poca belleza que enseñar. El deterioro físico femenino tras los partos era evidente. Y las consecuencias en la unión matrimonial también.


(Jane Fairfax con su tía, la señorita Bates) 

Por otro lado, Emma afirma, como así era en realidad, que la mayoría de las mujeres buscaban en su boda mantener una posición social y económica que les garantizara la pervivencia de determinado estatus en el sistema de relaciones existente en esa época. Las que no se casaban y no tenían medios económicos debían depender de otros parientes, porque la mujer pasaba de la dependencia del padre a la dependencia del marido. Las únicas excepciones, como bien afirma Emma, se daba en las mujeres ricas, como era su caso.

El sistema de transmisión de herencias también se recoge en la obra de Austen. Por ejemplo, en “Orgullo y Prejuicio” la casa familiar, con sus tierras, que constituían el sustento de la familia Bennett, está vinculada a la rama masculina. Siendo únicamente hijas las que constituyen su prole, es evidente que ninguna de ellas heredará. Así se produce la dependencia de estas cinco chicas hacia el matrimonio. Como dice Lizzy, al menos una de ellas ha de hacer un matrimonio conveniente (se entiende, desde el punto de vista de las rentas). Eso la haría responsable de mantener a todas las demás. 


(Emma conversa con su mejor amiga y antigua institutriz, la señora Weston)

Pero Emma también es distinta en eso. Esa vinculación a la rama masculina de las familias (presente asimismo en “Sentido y sensibilidad”) no existe y será Emma la heredera de todo lo que su padre posee, que es mucho. Esto la convierte en una heroína atípica, no solamente en la obra de Austen, sino en toda la novelística de su época y de épocas posteriores, donde la figura de la mujer desvalida, bella pero pobre, ha hecho furor.

No obstante todo ello, Harriet insiste en que no casarse conlleva un aburrimiento añadido, entre otras cosas, porque no existe el entretenimiento que causan los hijos. Emma argumenta en este sentido con su agudo sentido práctico:

“-Si mal no me conozco, Harriet, la mía es una mente activa y ocupada, con muchos recursos propios; y no veo la razón por la que deberían faltarme las ocupaciones más a los cuarenta o cincuenta que ahora a los veintiuno. Las ocupaciones habituales de la mujer con los ojos, las manos y la mente estarán tan a mi alcance entonces como lo están ahora; o con algunas variaciones sin importancia. Si dibujo menos, leeré más; si dejo de escuchar música, me dedicaré a tejer. Y en cuanto a las cosas interesantes, a las cosas del querer, que es lo fundamental para no ser inferior y cuya falta es el gran mal que se cura cuando una no se casa, me las arreglaré de maravilla con tantos sobrinos a los que cuidar y a los que quiero tanto “


(Emma y el señor Knightley) 


Véase, en este razonamiento diáfano, cómo Emma hace alusión a las “ocupaciones de la mente”, algo inaudito, si tenemos en cuenta el papel de sujeto pasivo en las relaciones sociales y en la vida personal de las mujeres del romanticismo. Vemos también cómo esboza algunas de las “ocupaciones de las manos y de los ojos” de aquel momento, leer, escuchar música, tejer...Un retrato fiel de la vida de las jóvenes y las mujeres de entonces realizado desde un punto de vista especial y, desde luego, original, diferente.

La idea que, sobre el matrimonio, tiene Emma, únicamente sufrirá una variación sustancial cuando descubre que está enamorada. Es el amor el que la hace cambiar de idea y pensar en casarse, no la necesidad, ni la sumisión, en el deseo de adoptar el rol común de las mujeres respetables de la época. Y para ello, además, tiene muy claro que la persona en la que deposita su amor es un hombre superior en todos los conceptos. Es el único hombre a la altura de su inteligencia con el que se relaciona. El único que le habla con claridad, que pone de manifiesto sus errores y que, aunque locamente enamorado, no vive un amor ciego, sino un sentimiento plenamente consciente en el que se mezclan, no solamente la belleza y la gracia indudable de Emma, sino, sobre todo, su ingenio, su talento, su vivacidad, su alegría. Como él mismo dice, nos referimos al señor Knigthley, no podría amar a una mujer que no le aportara alegría, a una mujer oscura o falta de vida.


Incluso cuando es consciente de que ama y es correspondida, la mente de Emma se aleja del romanticismo embaucador: 


“...ahora sentía un exquisito revoloteo de felicidad, y no solo eso sino que además pensaba que la felicidad sería aún mayor cuando aquel revoloteo hubiera pasado”


(Todas las imágenes corresponden a la serie "Emma" de la BBC, 2009)

Comentarios

Entradas populares de este blog

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co