Ir al contenido principal

"Siete cuentos japoneses" de Junichiro Tanizaki


Junichiro Tanizaki (Tokyo, 1886-Yugawara, 1965), es el autor de esta colección de siete cuentos que la editorial Atalanta ha rescatado. Sus obras se caracterizan por la confrontación entre lo tradicional y lo moderno, en primer lugar, algo que es muy usual en los escritores orientales. Y lo hace del mismo modo en que D. H. Lawrence contraponía en sus novelas y cuentos la civilización de la máquina y la tradición de la naturaleza, añadiéndole un elemento de pureza, de autenticidad, representado en el erotismo y la sensualidad. Las primeras influencias literarias de Tanizaki fueron Edgar Allan Poe y Oscar Wilde y eso puede observarse con claridad en el primer cuento que publicó, en el año 1910 y llamado El tatuador. Fue un observador de la vida que trasladaba aspectos de la suya propia a los libros, en la misma forma en que lo hacen todos los escritores. Así surgió Hay quien prefiere las ortigas, de 1929, en el que los conflictos matrimoniales, divorcio incluido, son un espejo de los suyos propios y que es considerada como su mejor obra. No falta en su narrativa la tradición estética japonesa más clásica, por ejemplo en novelas como Relato de un ciego, de 1931 y en Historia de Shunkin, de 1933. 

Ayuda a entender el sentido de la obra de Tanizaki y al propio autor el prólogo detallado y complejo que prologa esta edición y que está a cargo de Ednodio Quintero, escritor y japonólogo venezolano nacido en 1947 en Las Mesitas (Trujillo, Venezuela). Sutileza y fluidez son las dos condiciones que otorga a la narrativa de Tanizaki, siempre en el filo de la navaja entre lo ortodoxo y lo prohibido, explorando territorios que llegan más allá de la palabra en sí misma. Ninguno de los cuentos es lo que parece. En todos ellos la superficie es solamente el manto, lo que recubre la esencia y esa esencia es igual en todos los lugares del mundo, en todos los seres humanos. Eternos dilemas morales que se pueden encontrar en los parajes más alejados. Mucho más cerca entre sí los hombres que cercanos son los continentes o las culturas que ellos representan. 

El deseo es algo subversivo, la sensualidad es una condición de la existencia inimitable, la belleza aparece como un código con sus propias normas y, en suma, la constante dialéctica entre tradición y modernidad, son los pilares de la narración. Esos son los pilares de los cuentos que se incluyen en esta edición: El bufón, El espía alemán, Los dos novicios, En el camino, Los pies de Fumiko, Nostalgia de mi madre y Los techos rojos. 

La educación formal e informal que recibió Tanizaki aparece reflejada en su obra. Su familia, una de esas acomodadas que habitaban en Nihonbashi, el distrito comercial cercano a la bahía de Tokyo, era muy tradicional y tenía la curiosa circunstancia de poseer una imprenta en la que se imprimían los ukiyo-e, ilustraciones de escenas de la vida cotidiana muy apreciadas por el público. De esta infancia feliz pasó a una situación de necesidad económica que vivió plenamente en la universidad y entonces adquirió una existencia bohemia que terminó por llevarlo a la literatura. 

Era un gran lector, amante extremo de la belleza femenina y de su efecto en los hombres, lleno de preocupaciones éticas y de empatía hacia los hombres como víctimas, plagado de obsesiones eróticas, algunas de ellas destructivas. Pero avanzó desde ahí hasta crear una escritura barroca, reiterativa y analítica en la que se desmenuzaban sentimientos, emociones, pensamientos, ideas y conductas, todo en un mosaico fino y, a la vez, lleno de bravura estilística. Algunos de los personajes que inventó rozan la genialidad, como ese ingeniero de mediana edad locamente enamorado de una jovencísima y escandalosa chica, que responde al nombre de Joji y que aparece en su novela Naomi, de 1926, fecha considerada por los estudiosos como el inicio de la etapa más prolífica y perfecta de su trabajo. 

Junichiro Tanikazi. 
Siete cuentos japoneses.
Traducción de Ryukichi Terao.
Colaboración en la traducción y prólogo 
Ednodio Quintero.
Atalanta. Gerona, 2017


Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da