Ir al contenido principal

"Diarios" de Iñaki Uriarte

Una de esas extrañas perlas que se encuentran a veces en las redes sociales, en forma de amigo, me puso en el camino de Iñaki Uriarte y sus Diarios. La forma en la que una descubre los libros es harto compleja. Tienen tantas maneras de aparecerse que podría escribirse un opúsculo sobre eso, un texto breve y entrañable en la que se contara de qué manera llega a tu vida un libro o un autor. Es casi tan emocionante que relatar el encuentro con esa persona especial a la que quieres sin remedio. A la causa entera de tu perdición. 

Pero, sigamos. Mi amigo me contó sus impresiones y yo compré los libros, los leí y los coloqué en esa zona cercana en la que están los textos a los que de vez en cuando acudes. Son libros nunca terminados, referencias, motivos. 

Ahora, repasando Internet, he visto que ha salido el tercer volumen y yo me he quedado atrás a la hora de comprarlo, seguramente porque mi amigo, el recomendador, se ha enamorado y no frecuenta nuestra salita de estar del Twitter sino que dedica todo su tiempo a gozar del amor. A veces pienso en las conversaciones que tuvimos en el pasado y una pequeña punzada de nostalgia me asalta. Pero, al fin, él es feliz y eso es lo que importa. 

La solapa de la portada del primero de los Diarios, el que abarca desde 1999 hasta 2003, publicado como todos por la editorial Pepitas de Calabaza (que afirma de si misma ser una editorial "con menos proyección que un cinexin") lleva una simple referencia sobre el autor: "Iñaki Uriarte nació en Nueva York (1946), es de San Sebastián y vive en Bilbao". Y se acabó ahí la cosa. Y en la solapa de la contraportada van unas cuántas opiniones de ilustres críticos y escritores acerca de la obra en cuestión: Enrique Vila-Matas dice que es "un diario formidable". Antonio Muñoz-Molina afirma que nos hallamos ante "un ejemplo de naturalidad y agudeza". Andrés Trapiello también ha opinado: "Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien leyendo un diario". Y así otros. 

Con el pretexto de hablar de sí mismo, habla de casi todo. Esto es así en todos los casos, naturalmente. Pero Uriarte engancha los temas con la naturalidad del que no tiene que convencer a nadie. No se trata de dar buena impresión, esa plaga que nos azota a casi todos. Ese querer ser mejor de lo que eres para que te quieran más de lo que te quieren. No. Parece haber decidido que es un irremediable, alguien que no tiene mayor importancia que cualquiera de nosotros. 

Habla, por ejemplo, de la felicidad. "La felicidad parece un objeto débil, insípido, pero cuando llega le da sabor a todo. Algún día no lejano se inventarán una especie de termómetros de felicidad. La gente se los pondrá casi todos los días y sabrá cómo anda de ella. Si va mal, se tomará alguna pastilla o decidirá hacer algo que sepa por experiencia que le pone contento"

Habla, también, de la lectura. "Leer hoy ya no tiene ningún prestigio. Los jóvenes no suponen que en los libros exista algo que pueda servirles o ser bueno para ellos. Nunca ha leído nadie mucho. Pero ahora la lectura ya no está ni siquiera valorada. Antes teníamos un cierto sentido de culpa si no leíamos. Ahora no"

Habla, creedme, de la playa: "Hay pocos espacios públicos donde se perciba tanto bienestar como en una playa. En la playa hay mucha felicidad, y sin una gota de alcohol. Y en ningún sitio se admitiría tanta gente durmiendo, medio desnuda, dándose cremas en posturas que en otra parte se considerarían obscenas. La playa es un gran espacio erótico. Es una de las razones de que acuda tanta gente. Las playas desiertas tienen su encanto, pero las repletas, también. En realidad, creo que las playas desiertas están desiertas porque no hay chicas"

Habla de sí mismo: "Creo que soy una persona en general más buena que mala. Pero sin ningún esfuerzo ni mérito. Siempre he pensado que es mi natural. Sin embargo ¿no dicen que lo natural es ser malo? ¿No hablan de que el hombre es por naturaleza un lobo para el hombre, de que la vida natural no es más que una lucha despiadada por la supervivencia y la reproducción? ¿No aseguran que somos un conjunto de instintos agresivos y egoístas apenas cubiertos por un barniz de civilización? "

Y así todo. Da que pensar. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co